En una inefable guía del viajero de ediciones Susaeta, voz tan autorizada como la de Jose María Iñigo («Directísimo» con algo más de pelo) aconseja al español cañí que pone pie de turista en Gibraltar que no trate de «redimir» a los llanitos atrayéndoles a la unidad nacional; confiesa que ha podido comprobar cómo el sólo comentario de este género pone el rostro del roqueño agrio, por no decir feroz; así que, concluye, lo que hay que hacer traspuesta la verja es ni tratar el tema. En otras palabras, Gibraltar es un tabú. No discutiremos nosotros opinión tan autorizada de cómo entenderse con una especie protegida por el Reino Unido pródiga en ilegalidades territoriales y urbanísticas (usurpaciones), comerciales (dumping fraudulento), medioambientales (bunkering), de orden público (contrabando) y mala vecindad (bloques de hormigón), atreviéndonos solo a formular una pregunta: ¿qué hacemos si nos disparan?
Porque este parece ser el futuro que nos espera. Y seguro que la culpa de todo la tiene un desliz periodístico en que incurre sistemáticamente la prensa española: a la «incursión» de las patrulleras españolas CAZADORA y VENCEDORA en las discutidas aguas de las que pretenden apropiarse los gibraltareños para tomar nota de los petroleros allí presentes y «negociando», siguió las de la también patrullera VIGÍA y el guardapescas ALBORÁN del otro lado, constatando el avance indiscriminado de los diques del nuevo puerto deportivo en aguas en litigio, con el consiguiente escozor en las autoridades de La Roca. Parece que la situación ha llegado al culmen con la recientísima presencia del buque RAMON MAGALEF del Instituto Oceanográfico, en el famoso «cementerio de los bloques hundidos»; antes de nada, hay que decir que se trata, en este último caso, de un bonito barco civil sin armamento alguno y con sofisticados equipos de investigación subacuática a bordo.
Los diarios españoles se apresuraron a hablar de la nueva «incursión»; pero si consultamos el diccionario, veremos que incursión o correría es sólo una hostilidad que realiza gente de guerra talando o saqueando país enemigo. En el caso del RAMON MAGALEF no se cumple nada: ni es de guerra, ni ha talado ni saqueado nada ni mucho menos se ha adentrado en país enemigo. Así que suspenso para los periodistas. Como el buque oceanógrafo tampoco fue de excursión -el diccionario obliga para ello al carácter lúdico de la propuesta- hay que decir que lo que más encaja es la exploración: reconocer, registrar, inquirir o examinar con diligencia una cosa o lugar. Esto es exactamente lo que ha hecho el MAGALEF, y la respuesta gibraltareña no ha podido ser más desproporcionada: nada menos que dos lanchas de la Navy, tres del señor Picardo y una zodiac sin filiación conocida se abalanzaron al acoso y cerco del Oceanógrafo, que, con educación impoluta, les contestaba cortés vía VHF antes de seguir su trabajo. ¿Había algo que esconder para provocar semejante avalancha?. La cosa debió llegar a tal punto que la Guardia Civil tuvo que acudir en apoyo del MAGALEF, dándose las típicas maniobras de interferencia e interposición que, ejecutadas con la suficiente mala leche o por el torpe de turno, acaban con el consabido abordaje y rayajo para dar parte al seguro.
Esto hubiera debido ser todo. Una vez realizado su trabajo, el RAMON MAGALEF, despedido con vituperios por los indígenas, se fue por donde había venido. Pero Picardo, espoleado tal vez por el lenguaje mediático «incursor», ha creído oportuno replicar amenazando: la próxima vez el incursor será considerado terrorista y -como se dice ahora- disparado. Hay que tener mucho cuidado con el lenguaje, porque a ETA le aceptamos lo de «conflicto» y hoy los tenemos sentados en el Parlamento. Los llanitos pueden entender que es lógico disparar a un invasor (¿no es lo mismo que incursor?), pero disparar a un buque civil indefenso llevaría el contencioso a límites indeseados para todos dentro del mundo occidental, la OTAN y la estupenda Comunidad Europea que tanto nos quiere y nos desea, especialmente para las vacaciones. En realidad, creo yo, lo que sucede es que todo el mundo sabe que esto son cohetes artificiales, fuego de salvas, fanfarronadas de un cochinín groserete y ambicioso enfrentado a un elefante pusilánime que piensa que todo se resuelve sin hacer nada y yéndose al fútbol, o, aún peor, recolectando minuciosamente datos -como parece que hace- para que instancias superiores en su día le den la razón. Pues lo lleva claro; aunque, si lo consigue, le expresaremos nuestra más rendida admiración. Así que, como se puede ver, lejos de estar en presencia de un apasionante Duelo de Titanes, lo que parece, tal vez por analogía a los verdaderos habitantes de La Roca -los monos- es que nos aguarda un decepcionante Duelo de Titíes, es decir, de macacos enanos poco sabios y malos. Al fin y al cabo se trata de un abogado buscapleitos contra un notario que nunca ejerció como tal; se nos antoja difícil que alguien abra el fuego, de no ser el jurimprudente.